Reseña: Tríptico de la Infamia
- Natalia Giron
- 5 jun 2018
- 5 Min. de lectura
Hago esta reseña, porque con ella quiero dejar por escrito algunos de los pensamientos que despertaron en mi la lectura de este libro del escritor Pablo Montoya, escritor colombiano de Barrancabermeja.
Con esta reseña deseo no sólo dar a conocer mi punto de vista o mi invitación a leerlo, aunque realmente el libro la merece, sino también que esta reseña sirva como resumen a quienes, aunque quisieran, no puedan leerlo nunca.

Para ambientar la obra, vale la pena recordar que un “tríptico” es una obra de arte compuesta por tres secciones unidas por bisagras. El término tomó relevancia cuando se comenzaron a producir obras gráficas como pinturas o grabados que se unían, una obra principal flanqueada por dos obras relacionadas. Quizá por eso el autor centra su novela en tres pintores europeos, unidos por las ideas protestantes, el arte de pintar y por el sufrimiento de la violencia de los católicos españoles en América y en la misma Europa en el siglo XVI contra indígenas y hugonotes (calvinistas franceses)
Comienzo por el final del libro, la tercera parte, el último de los artistas. Fue el primero en nacer, pero el último en morir, alcanzando casi la edad de 70 años.
Théodore de Fry (1528-1598), era un orfebre, grabador, autor y coautor de libros sobre la historia del descubrimiento y conquista de América por parte de los españoles, franceses y portugueses.
De los tres artistas, adivino que fue el más sensible además el más familiar.
Cuando era joven, se dejó seducir por el arte de Alberto Durero, grabador alemán. Perfeccionó este oficio en París, huyó de los católicos y se exilió finalmente en Frankfort.
Fue él quien finalmente compiló todas las historias de la conquista de América de varios exploradores.
Altamente influenciado por la obra de Bartolomé de las Casas, (“Brevísima relación de la destrucción de las Indias”) en la que narraba los horrores que presenció en América, De Fry se dejó conmover por los relatos sobre los martirios a los que fueron sometidos los indios y seguramente sintió pena por ellos. “…ese trauma cultural que llamamos descubrimiento y conquista de América, esa violencia suscitada por el encuentro de dos pueblos excesivos que jamás debieron encontrarse, indígenas politeístas y españoles católicos”. Esto se repite durante toda la novela, como un recordatorio de que las heridas que dejaron los españoles en América todavía están por cerrarse.
Yo que pasé años blasfemando sobre las injusticias españolas en la conquista que escuchaba en las historias de Atahualpa, Moctezuma, había terminado por aceptar que, aunque quisiera, no puedo negar que venimos de ese cruce, que ya no somos los indígenas originales y que en realidad poco nos une con ellos. Hablamos español y pregonamos la religión católica y debemos a virreyes y reyes españoles mucho de nuestra cultura. Pero este libro vuelve a dejarme claro que la segregación y los extremismos siempre nos rodean, nos siguen, esperando que caigamos nuevamente en su trampa y repitamos la historia de violencia una y otra vez bajo distintas banderas.
Cuando De Fry conoció, años después de su muerte, la obra del pintor Francois Dubois, se quebró y lloró ante la visión de la violencia de esos mismos españoles contra los hugonotes en Francia.
El segundo artista, el más joven de los tres, el aventurero, el único de los tres que participó en una expedición al nuevo mundo de la mano de Laudonniere, capitán también hugonote que quiso conquistar para Francia un pedazo de la Florida en América, con la idea de vivir en armonía con los nativos, evitando a toda costa seguir los pasos de sus vecinos asesinos los españoles.
Jacques Le Moyne (1533-1588), ilustrador y artista botánico francés, capaz de pintar con total destreza y veracidad plantas, frutos, personas, indios. Fue llevado en la expedición como ilustrador, pero casi todo su trabajo se perdió cuando los españoles atacaron el fuerte “Caroline” de los hugonotes. Salió con vida, pero perdió por una bala el movimiento de una de sus manos.
Como artista, se dejó fascinar por el arte pictórico de los Timicuas, indígenas de la zona, que pintaban figuras geométricas, astros, flores y animales sobre el cuerpo humano. Le Moyne sucumbió a este tipo de arte y logró que Kututuka, el indio que pintaba tatuara sobre su piel hermosos dibujos. Muchos de sus ilustraciones las tomó De Fry en sus grabados para su libro “Grandes Viajes” que narraba y denunciaba el proceso de Conquista. Fue De Fry quien volvió famosas sus pinturas y sus recuerdos del nuevo mundo.
Y por último, el artista que tampoco conoció América, pero que tuvo que sufrir en carne propia la infamia de la violencia católica contra lo diferente.
Francois Dubois (1529-1584), pintor, casado con el primer amor de Le Moyne, pudo conocerlo cuando regresó de América como sobreviviente de la matanza de los hugonotes en la Florida.
Dubois, a través de una narración en primera persona, me hizo reflexionar sobre lo constante e irreversible de la maldad humana. Me estremecí ante su dolor y valentía al denunciar a través de una pintura, la noche y el amanecer del 24 de agosto de 1572, la Matanza de San Bartolomé. Como una boda celebrada supuestamente para instaurar la paz, se convierte en la escena perfecta para la tortura y asesinato de hasta diez mil protestantes en París a manos de católicos españoles auspiciados por el mismo papa. Así como a De Fry, se me salieron las lágrimas durante la narración del proceso creativo de esa pintura, llena de simbolismos, pero también de realidades desmesuradas. Esa narración de Dubois sobre como pintó el cuadro que retrataba el horror que vio ese día y que seguramente nunca pudo borrar de su memoria es lo mejor que leí en el libro. Sentí ganas de tener la pintura enfrente y recordé como en el colegio nos enseñaban las historias tras las grandes obras pictóricas y como eso nos vuelve más sensibles.
Sus pensamientos (los de Francois Dubois), que fueron la mayoría de las líneas subrayadas en mi libro, me llegaron al alma y me asustaron ante su clarividencia de que puede llegar a hacer el ser humano cuando se siente parte del bando no sólo correcto, sino el único bando posible.
“Allá cada quien con su credo y ojalá algún día todos los hombres comprendan de una vez por todas que es mas sensato establecer en silencio y en soledad las conversaciones con Dios”.
“Aquellos que apelen a Dios para gobernar los asuntos terrenales son los mayores impostores del mundo”
Me asombra que ante tal sufrimiento, sus pensamientos aunque oscuros, fueran pausados y sabios. Dubois perdió en la matanza a su esposa embarazada.
“Soy solo un presente que es angustiada sobrevivencia, un pasado que se asume como herida interminable y un futuro cuyo olvido es la única circunstancia que anhelo”
Y aunque logró huir y vivir para contarlo, también dijo que ningún lugar que sea habitado por hombres podrá nunca ser un paraíso terrenal, ya que “los hombres son los verdaderos portadores de la desgracia personal y colectiva”.
A través de una narración con cambios de narrador que terminaron por incluir al propio autor en la novela, con un léxico amplísimo (tuve que buscar el significado de gran cantidad de palabras que leía por primera vez en mi vida) y de lejos una excelente investigación, Pablo Montoya logró conmoverme y dejarme con muchas ganas de leer más de sus novelas.
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